Un clásico de la literatura fantástica
En agosto de 1997, tras la lectura de Manuscrito encontrado en Zaragoza, del polaco Jan Potocki, comprobé con cierta sorpresa que la España pretérita fue una fuente inagotable de inspiración para los autores de novela gótica. El gran Charles Maturin sitúa aquí una buena parte del periplo de su Melmoth y Matthew G. Lewis también localiza en este país la acción de El monje.
A todas luces, España se antoja mucho más siniestra que Transilvania, aunque aquí se tienda a no reparar en ello. Supongo que ese tenebrismo, que le atribuyen los autores de novela gótica dieciochescos y decimonónicos, obedece a la siniestra fama que la Inquisición procuró a la tierra española en el resto de Europa. En efecto, los tribunales y las torturas del Santo Oficio aparecen tanto en Melmoth el errabundo como en El monje y Manuscrito encontrado en Zaragoza, la que hoy me ocupa.
Desde que allá por el año 82 tuve oportunidad de ver la película basada en esta misma novela en la filmoteca, la historia de Manuscrito... me ha atraído poderosamente. En ella se nos cuentan las insólitas aventuras de Alfonso van Worden, un capitán de las guardias valonas al servicio del rey de España tiene que presentarse a Felipe V en Madrid. Con tal motivo se verá obligado a atravesar un paraje de Sierra Morena que se dice está poblado por los más terribles espectros. Dado que el miedo no existe para un hombre de honor como nuestro protagonista, van Worden, abandonado por sus guías, se adentra en Las Alpujarras. Allí llegará a un lugar conocido como Venta Quemada, sobre el que pesa la maldición de los hermanos de Soto, dos bandoleros ahorcados cuyos cuerpos se han dejado pudrir al sol.
Habiendo buscado inútilmente algo de comida por las distintas estancias de la venta, al dar las doce de la noche, se presentan ante nuestro hombre dos bellas árabes -"moras" para el autor-, Zebedea y Eminia, encarnación de dos seres infernales. No obstante, las muchachas aseguran ser parientes de van Worden ya que éste, al igual que ellas, pertenece a una gran familia/secta de católicos, conversos del islamismo, conocida como los Gomélez. Tras darle de beber una extraña pócima, el belga caerá en un fantástico sopor del que despertará al pie de la horca de los hermanos de Soto. Posteriormente, el supuesto parentesco existente entre ellos no impedirá que el valón acabe por tener un trato carnal con las dos bellas.
Cuando el militar decide reemprender la marcha, es avisado por un amigo de que la Inquisición, al corriente de sus tratos con fuerzas sobrenaturales, le busca. Así pues, el belga se ve obligado a quedarse en Sierra Morena, donde le será referida la historia de diversos personajes que han tenido tratos con el Maligno y sus distintas criaturas. Estos relatos, frecuentemente relacionados entre sí, constituyen el armazón de la novela, organizada por jornadas a la manera de los antiguos decamerones. Gracias a ellos tenemos noticia de las biografías de cabalistas judíos, gitanos y bandoleros. Todas estas piezas conforman ese entramado de relatos, en apariencia independientes pero unidos con sutileza en el conjunto de la narración, tan común a la novela fantástica desde Melmoth... hasta el Arthur Machen de El gran Dios Pan.
Cierran mi edición -la de Minotauro del año 96- tres piezas ajenas a Manuscrito... Tomadas de Avadoro, historia española en ellas se vuelve a dar cuenta de la relación de distintos personajes con el Demonio y -nunca mejor dicho- de la demonización de España por parte de la novela gótica en concreto y de miedo en general. Pues no hay que olvidar que el Pozo y el péndulo de Poe sucede en un Toledo en el que acaban entrando las tropas francesas, la dudosa Grand Armée de Napoleón. Pero no divaguemos sobre un estigma que, más allá de la novela de miedo -una minucia en la Historia- tiene su origen en la animadversión de la Reforma contra el país más papista que el papa.
El primero y mejor de los fragmentos de Avadoro... es la Historia del terrible peregrino Hervás y de su padre, el omnisciente impío. En él se da cuenta de cómo un erudito de Madrid copila todo el saber humano en una monumental enciclopedia que es devorada por las ratas. Ya que esto no es más que la mayor de todas sus desgracias, el desdichado acabará por vender su alma al Demonio convirtiéndose así en el gran hereje al que alude el título. Llegada la hora de su fallecimiento, un extraño personaje se presenta ante su hijo -el narrador- para ofrecerle sus servicios igual que se los ofreció al difunto.
Aunque en un principio, Hervás apenas presta atención a la oferta, a medida que avanza en su relación con la bella señora Santárez y sus dos hijas, no duda en recurrir a los favores que le procura el enviado de los infiernos. Finalmente, cuando por sus tratos con el trío femenino se ve ante las prisiones del Santo Oficio, Hervás vuelve a llamar a su siniestro amigo, que resulta ser Satán, a quien se ofrecerá para salir del paso.
Instantes después, desesperado por lo que acaba de hacer, pedirá clemencia al cielo. Uno de sus querubines invitará a Hervás enmendar la vida de doce pecadores como él para expirar su culpa. A destacar, amén de la perfección y el interés que despierta en todo momento el relato, el descubrimiento de que el punto de vista del texto es el del hijo en uno de los primeros párrafos.
Supongo que el primero de los doce impíos a los que Hervás habrá de devolver al buen camino resulta ser el comendador de Toralva, cuyo título es también el del segundo de los relatos. Y escribo supongo porque de Hervás no se vuelve a dar cuenta.
En cualquier caso, aquí se nos refiere la historia de un joven perteneciente a la orden de Malta que se bate un Viernes Santo con un comendador francés que ha faltado a su dama. Concluido el enfrentamiento, el galo, mortalmente herido, le encarga que lleve su espada al castillo de Téte-Foulque y que haga pronunciar cien misas en su capilla. Ya en la fortificación, el espectro de un antepasado de su enemigo, que se desprende de uno de los cuadros del castillo, perseguirá al joven protagonista de la historia.
El último de los tres relatos corresponde a la peripecia del Avadoro aludido y se nos presenta con el título de Historia de Leonor y la duquesa de Ávila. Tras realizar un viaje junto al maltés del texto anterior, Avadoro llega a Madrid, donde queda prendado de la bella duquesa de Ávila quien, consciente del amor que le inspira, le utiliza para que cuide de una hermana, hija bastarda de su padre.
Siempre fiel a los deseos de su dama, cuando ésta le dice que se case con su hermanastra, Avadoro acepta. Sin embargo, cuando su esposa muere y su alma en pena vaga por la casa, tras una serie de manejos, descubre que los títulos de las dos mujeres están cambiados y que verdaderamente está casado con quien él creía que era la duquesa de Ávila, o sea, la dama que verdaderamente le inspiraba. En esta ocasión, toda la trama siniestra se acaba por descubrir como un simple ardid al servicio del engaño del que se da noticia en el texto.
Si, como cabe suponer a tenor de los doce pecadores que ha de redimir Hervás, este libro que sigue al Manuscrito... cuenta la historia de esa docena de almas descarriadas, tengo que concluir que mi edición esta incompleta. ¡Lástima!, este texto constituyó una de las lecturas que más me interesaron en el 97.
Publicado el 15 de enero de 2013 a las 00:15.